jueves, 23 de febrero de 2012

Seis añitos y un día inolvidable


imagen: 123rf.com

Ayer cumplió seis añitos mi pequeña Pizpireta. Apenas lo creo, parece que fue ayer que la tenía entre mis brazos. Tuvo un día intenso de principio a fin, de los de colores vivos que digo yo. No hizo falta despertarla, se levantó de la cama con una sonrisa de oreja a oreja al grito de: “qué mayor soy ya, mami, por fin seis años”. Tuvo la suerte de recibir, además, el abrazo al despertar de su abuela que vive muy lejos y vino sólo para celebrar con ella tan importante acontecimiento. Qué precioso vínculo el que se establece entre abuelos y nietos. A pesar de que mi madre no tiene la suerte de gozar de sus nietas a diario, siempre ha estado muy cerca de ellas. Cuando eran más pequeñitas, las llamaba por las noches para contarles un cuento o una historia al otro lado del teléfono. La yaya, como ellas la llaman, tiene una gran habilidad para explicar historias de su propia infancia o anécdotas de cuando yo era pequeña que las divierten muchísimo. _ Ves mamá, dice mi hija mayor, tú tampoco te comías las lentejas cuando eras pequeña, me lo ha contado la yaya.  Pitagorina, Pizpireta y su abuela lo pasan en grande, bien sea cosiendo (“¿sabías que la yaya se hacía sus propias muñecas, mami?”), algo que mami detesta hacer o bien cocinando las recetas más divertidas, esas en las que se hace necesario pringarse las manos de harina y que permiten chuparse la mantequilla de los dedos.

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Pero volvamos al cumpleaños. Pizpireta entró en su clase orgullosa por ser ése su día y recibió las felicitaciones de todos sus compañeros, amiguitos y maestras. A todos ellos los compensó con unos deliciosos churros y chocolate caliente que mami llevó al cole a media mañana.  Papá y mamá la recogieron a la salida del cole y eso también es una fiesta porque Papá raras veces puede escaparse y llegar a tiempo. Por supuesto que la yaya se encargó de preparar su comida preferida y la planta baja de la casa se había adecuado para la gran merienda que se celebró en casa.

 Ella y sus amiguitos lo pasaron en grande, yo tenía preparada música y juegos para amenizar la fiesta pero a Pizpireta y a sus amigos sólo les hacía falta el espacio que tenían y su compañía porque lo que hicieron fue sencillamente jugar. No quedó un bocadillo, ni rastro de gusanitos, patatas o caramelos. Por la cocinilla y el garaje de casa parecía haber pasado un huracán. Pero eso es lo de menos. Pizpireta cayó rendida al anochecer y me dijo “gracias mami, ha sido el día más genial de mi vida”. A todo esto, deciros que mi pequeña princesa recibió ayer un regalo muy especial que ya custodia como un tesoro: su primera caja profesional de pinturas, óleo y carboncillos. “Mami, dice Pitagorina, creo que mi hermana nos va a salir artista”.

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