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Ayer cumplió seis añitos mi
pequeña Pizpireta. Apenas lo creo, parece que fue ayer que la tenía entre mis
brazos. Tuvo un día intenso de principio a fin, de los de colores vivos que
digo yo. No hizo falta despertarla, se levantó de la cama con una sonrisa de
oreja a oreja al grito de: “qué mayor soy ya, mami, por fin seis años”. Tuvo la
suerte de recibir, además, el abrazo al despertar de su abuela que vive muy
lejos y vino sólo para celebrar con ella tan importante acontecimiento. Qué
precioso vínculo el que se establece entre abuelos y nietos. A pesar de que mi
madre no tiene la suerte de gozar de sus nietas a diario, siempre ha estado muy
cerca de ellas. Cuando eran más pequeñitas, las llamaba por las noches para
contarles un cuento o una historia al otro lado del teléfono. La yaya, como
ellas la llaman, tiene una gran habilidad para explicar historias de su propia
infancia o anécdotas de cuando yo era pequeña que las divierten muchísimo. _
Ves mamá, dice mi hija mayor, tú tampoco te comías las lentejas cuando eras
pequeña, me lo ha contado la yaya.
Pitagorina, Pizpireta y su abuela lo pasan en grande, bien sea cosiendo
(“¿sabías que la yaya se hacía sus propias muñecas, mami?”), algo que mami
detesta hacer o bien cocinando las recetas más divertidas, esas en las que se
hace necesario pringarse las manos de harina y que permiten chuparse la
mantequilla de los dedos.
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Pero volvamos al cumpleaños.
Pizpireta entró en su clase orgullosa por ser ése su día y recibió las
felicitaciones de todos sus compañeros, amiguitos y maestras. A todos ellos los
compensó con unos deliciosos churros y chocolate caliente que mami llevó al
cole a media mañana. Papá y mamá la
recogieron a la salida del cole y eso también es una fiesta porque Papá raras
veces puede escaparse y llegar a tiempo. Por supuesto que la yaya se encargó de
preparar su comida preferida y la planta baja de la casa se había adecuado para
la gran merienda que se celebró en casa.
Ella y sus amiguitos lo pasaron en
grande, yo tenía preparada música y juegos para amenizar la fiesta pero a
Pizpireta y a sus amigos sólo les hacía falta el espacio que tenían y su
compañía porque lo que hicieron fue sencillamente jugar. No quedó un bocadillo,
ni rastro de gusanitos, patatas o caramelos. Por la cocinilla y el garaje de
casa parecía haber pasado un huracán. Pero eso es lo de menos. Pizpireta cayó
rendida al anochecer y me dijo “gracias mami, ha sido el día más genial de mi
vida”. A todo esto, deciros que mi pequeña princesa recibió ayer un regalo muy
especial que ya custodia como un tesoro: su primera caja profesional de
pinturas, óleo y carboncillos. “Mami, dice Pitagorina, creo que mi hermana nos
va a salir artista”.
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