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“Yo te quiero igual el 14 de
febrero que el 1 de abril o el 2 de mayo”.
Yo también, claro. Pero a mí me gusta San Valentín y me gusta todavía más el 23
de abril, me gusta el día del padre, de la madre, el día del libro, Halloween ,
santa Claus y los Reyes Magos, lloro cada fin de año. Me gusta celebrar los cumpleaños y felicitar
los santos. No lo puedo evitar, soy detallista y lo soy siempre pero si además
surgen días que te invitan a hacerlo y se forjan y crean tradiciones que
compartimos todos pues bienvenidas sean por el bien del comercio, de nuestra
historia, o de un día diferente que nos paramos un ratito a pensar un poco más
en aquellos a los que queremos.
Una sonrisa, un abrazo intenso o
una cena más elaborada no cuestan dinero, la
vida está llena de pequeños detalles que hacen grandes los días. Me ha dado por pensar en la
transformación que sufrimos las parejas cuando tenemos hijos. Porque cambiar,
cambiamos. En primer lugar tenemos menos tiempo para dedicarnos a nosotros
mismos y mucho menos a nuestra pareja. Conozco muchos amigos que “cuidan” su
relación a base de escapadas sólo para dos ya sea de fin de semana o unos días en vacaciones. Yo
no he tenido, no he podido o no he querido dejar a mis hijas atrás nunca,
tampoco su papá. Llegará el día que nos dejen ellas a nosotros. Pero eso no ha
significado dejar atrás nuestro compromiso como pareja y no hay ni un solo día
en el que deje de “trabajar” en ese compromiso. Ahora más, si cabe, cuando a mi
alrededor, parejas de amigos y
familiares renuncian al que un día consideraron el amor de su vida.
Todavía siento admiración
por mi pareja y cuando las manías y costumbres que vamos perdiendo o adquiriendo
en la rutina de nuestra convivencia hacen mella, sacamos el humor para poner las
cosas en perspectiva. Tengo un compañero, un amigo, un amor que me cuida y me
conforta, con el que cruzo momentos vitales importantes y está ahí. Siempre. Una
fortuna, sin duda, que hay que mimar.
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