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Ilustración: Jack Vettriano |
Lo confieso. A veces me escapo. Suele suceder el sábado o el domingo por la
mañana. Medio abro un ojo y pongo un pie en el suelo con extremada precaución,
no vaya a ser que se despierte el papá de las hadas o amanezcan tan temprano
Pitagorina y Pizpireta. Me visto a tientas, con lo primero que coge mi mano del
armario y con las deportivas en la mano, bajo de puntillas las escaleras,
enfadada conmigo misma y diciéndome como la edad empieza a hacer cantar todas
las articulaciones de mi cuerpo. En el silencio que reina la mañana, os aseguro
que yo siento que armo un concierto. Ya estoy abajo y arriba siguen durmiendo,
los tres. ¡Bien!. Con la cara lavada, las ojeras en modo on y una coleta de caballo que casi
siempre me acompaña, me dispongo a salir de casa, no sin antes engañar a mi
perrita Dalsy con una chuche para que se calle y no descubra mi fuga.
Siiiiiiií. Estoy fuera. No, no te pienses que salgo a correr (debería) o
que me voy sola a hacer la compra. Nada de eso. Esta fugitiva se va caminando a
comprar el periódico y se para en la única cafetería en la que le sirven el
café en el punto óptimo. A saber: corto de café, con la leche tibia tirando a
caliente, sin azúcar y sin espuma y en vaso. Ay sí, por un momento del fin de
semana en la mañana me siento Silvia y me regalo una lectura tranquila y
sosegada de la prensa que no leo en toda la semana. Soy una romántica sin
remedio y aunque puedo descargarme en la red todos los tabloides del mundo, a
mi me gusta pasar las hojas de mi periódico, empezarlo por detrás y acabarlo
por el principio, mancharme las manos de tinta y leer mientras tintineo la cucharilla
en mi café. Y todo a horas temprana, mientras la ciudad duerme. Por eso me
gusta tanto, porque es casi un espejismo, el oasis que me da fuerzas para
volver a casa y recibir a mis enanas que se cuelgan con sus pijamas calentitos
sobre mi espalda.
Lista para ser mami de nuevo. El otro día mi amiga Raquel que es mami de un
bebé y una niña muy pequeñita me hizo reir porque soñaba “con un día entero
durmiendo”. Mis hadas ya son grandecitas para que su mami pueda dormir la noche
entera, pero es curioso como cuando ya puedes hacerlo, tu organismo no te deja.
Yo suspiro por tener más tiempo y más sueño, dos de los bienes más preciados y
escasos de mi vida. En fin, sólo deciros que de vez en cuando, os miméis un
poquito. Hacer stop y cargar pilas es fundamental para sobrellevar esta
maravillosa función nuestra de ser mamis a tiempo completo, los 365 días “y
seis horas”, que añadiría mi preciosa Pitagorina que tiene el año.