Ilustración :Marie Cardouat |
Primera vez que organizo unas Navidades integras en mi casa. Siempre en casa de mamá, con maletas a rastras, llegando como el almendro para sentarme a cenar e inundando su tranquilidad con mis maletas, pañales, leches, juguetes, regalos, trastos y demás. Son los gajes de vivir lejos, que tienes que viajar en poco tiempo para vivir pocos días intensamente. Este año, por fin, ahorramos 1000 km y nos reunimos en casa.
Os cuento que no hay espacio habitable que no esté invadido por abrigos, bufandas, zapatos, maletas, bolsas, cepillos de dientes, toallas y regalos que no deben verse pero que abarrotan los armarios o se esconden en los lugares más insospechados. La escalera parece el metro y para acceder a la ducha hay que opositar. Mi cocina está a toda máquina y no deja de funcionar durante todo el día. La lavadora y el lavaplatos están a pleno rendimiento y mi perrita Dalsy no deja de ladrar intrigada ante tanto movimiento. Yo no encuentro nada y mis dos hadas andan desorbitadas fuera por fin de sus rutinas y consentidas por sus dos abuelas que con eso de "para cuatro días que las vemos..." tienen a su madre en cuarentena. Mi hermana y mi sobri adolescente han secuestrado mi portátil, de ahí mi poco tiempo para bloguear. El papi de las hadas se está portando genial aunque sé que se escapa de vez en cuando del bullicio que invade nuestro siempre tranquilo hogar. Mañana, pienso, no será lo más importante el menú que se sirva en la mesa. Lo más importante lo estamos viviendo ya: ese trajín, de estar todos juntos colapsando la cocina, el lugar más preciado de mi casa , ya lo sabes.
En fin, que me voy unos días, como mínimo hasta el año que viene. Ya me veis lo ocupada que estoy, cargadita de regalos, cargadita de momentos, cargadita de familia. Suerte que el fin de año me ha cogido también cargadita de buen humor.
Queridos paseantes, Feliz Navidad.
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