Ilustración: Mara Cerri |
No creo que sean cosas de la
edad, todavía me paseo en la trentena pero empiezo a plantearme que, una, o
hago demasiadas cosas a la vez mientras pienso otras tantas simultáneamente o, dos, llevo unos días
subida a las nubes y obstinada en quedarme en ellas.
¿Dónde están las llaves?,
es ya un clásico en mi diálogo diario. Aunque me digo a mi misma que debo
dejarlas en el mismo sitio, al final nunca suelen llegar a su destino. La
última vez que las vi, creo que quise cogerlas al mismo tiempo que sacaba las
bolsas de la compra del coche, sujetaba la mochila de Pizpireta, aguantaba la
puerta para que nadie se pillara los dedos y dejaba rodar calle abajo el pan
recién comprado.
Dos días después las llaves no aparecían en ninguno de los
sitios posibles. Esta tarde un ciclista senior le ha preguntado a mis vecinos
por el propietario de unas llaves que había encontrado tiradas en la calle. Las
mias, Of course (por supuesto).
Tampoco es para tanto, no. Claro
que si ya lo que no encuentras es la carga del teléfono y esta aparece en el
cajón del congelador si que es para sentarse un rato a pensar. A veces también
me sucede que guardo las cosas importantes para que no se pierdan y me esmero
tanto en hacerlo que luego no recuerdo el lugar en el que decidí ponerlas.
Mis hijas también son despistadas
un rato. Lo peor es que me escucho a mi misma recriminándoles estar más
pendientes de sus cosas. ¡Tendré valor!.
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