Janet Hill ilustraciones |
Claro. Claro que me ha pasado. Más de una vez. Dejarme las llaves puestas y el coche en marcha y bajar y hacer mis recados como si tal cosa. Dejar la puerta de casa abierta de par en par, ya sabes, por si alguien quiere visitarme mientras no estoy. Poner sal a un yogurt y azúcar a una sopa. Eso también. Llevar a las niñas con la ropa cambiada y pensar en lo que ha crecido una de ellas. He quemado lentejas y camisas. En eso casi soy experta. Pero hoy, lo de hoy, eso no me había pasado todavía. Te lo cuento. Después de una tarde de esas de voy corriendo que llevo a una a catequesis, que luego tiene guitarra, que aparco dónde hay un espacio plano, que pregunto Conocimiento del Medio, compro, saco al perro, doy clases de inglés, hago la cena, intento colgar un cuadro, ducho a las hadas, recogemos el túnel y bueno, no sé cuantas cosos más, entonces, me llega el momento.
Y digo, por fin, y me meto en la ducha. El agua ardiendo. Un día de estos me quemo. Los ojos cerrados, cansada, disfrutando del calor, concentrada en el sonido que canta la ducha, la mente en blanco. Quince minutos. Salgo, me seco, me hidrato, me pongo el pijama y ainnsss.. me doy cuenta de que ni me he enjabonado el cuerpo y ni por asomo me he lavado el pelo. En fin.
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