Como Mafalda, yo quiero sentarme
un día en la acera de casa , coger el mundo en mis brazos y pararlo por un
momento. No me digas que a ti no te dan ganas de hacerlo. Pero, ¿qué nos pasa?.
Vivimos en alta velocidad, nuestra vida se ha subido a un AVE cuyo destino
desconozco. Fíjate que cada vez nos hablamos menos con nuestros vecinos, pero
tenemos más amigos en Facebook. Lloramos por Steve Jobs y nos sentimos
indiferentes ante millones de muertes que se producen cada día en nuestro
planeta por causas impropias de nuestra era: hambruna, guerras, terrorismo,
epidemias, guerrillas, vandalismo, machismo y un largo etc que los avances
tecnológicos y sociales de la humanidad no han logrado paliar. Cuidamos con
mimo a nuestros pequeños pero abandonamos a nuestros mayores, nos pesan, nos
cargan, como si hubiéramos encontrado la formula mágica que nos deje a nosotros
siempre jóvenes.
Mis disculpas por si hoy el túnel
anda un poco turbulento y disgustado, debe ser el viento que ulula con fuerza
en constante y vivaz pelea con una primavera que no acaba de llegar.
Mi amiga
María que no es María vive estos días en un imprevisto continuo, tiene el
corazón que se le sale por la boca. Es una de esas mamis que yo llamo de
las GEO. Ayer me pidió un favor y yo sé
que sí ella me lo pide es porque se le han acabado todos los recursos posibles
e imaginables. Trabaja en la administración pública sin plaza fija pendiente de
una renovación en pinzas por los tiempos que corren. Cuida a su madre y a su
padre, los dos gravemente enfermos. Un día la llaman a las seis de la mañana,
otro la sacan a las doce del trabajo. Los lleva al médico, les hace la compra,
los mima.
Además, están sus pequeños, con sus deberes, sus actividades, sus
progresos, sus rabietas, que le requieren todo ese tiempo que no tiene y que
ella ensancha. Y entre tanto, me dice, tiene que cuidar su relación de pareja y
hacer malabares para tener un cierto equilibrio en su casa. “Son mis padres”. Claro,
María, son tus padres. Admiro profundamente a mi amiga. Generosa y entregada,
cargada de unos valores ancestrales en desuso, que está cuidando de su familia
como muy pocos hacen hoy. Y cuando yo creo que ya no puede más, ella me
sorprende y sale a correr. Es una gran corredora. Campo a través, suda y llora,
a veces grita, se desahoga, está agotada. Luego llega a casa, prepara cenas y
acuesta a sus hijos para salir a casa de sus padres y, de nuevo, dar cenas y
acostarlos. Me das una lección todos los días. Muchas gracias María.
No hay comentarios:
Publicar un comentario