Janet Hill Ilustración |
Se me quejan, se me quejan mucho. “Telarañas tiene el blog”, me acusan.
Hasta el papá de las hadas me dice que no puede ser, que no va a consentir que
cierre el túnel. Puede que no lo creas, pero
hace unas semanas que ni siquiera abro su cancela, para que no me invada la
culpa de tenerlo tan descuidado. Me pueden las prisas, la casa, las clases, las
mías y las de las niñas, me reclaman los relatos que escribo, me comen mis
propios personajes, se acumula la plancha, quiero pintar la habitación de las
hadas. Esos 40 a los que irremediablemente me acerco, me tienen practicando
deporte. Ahora recuerdo a mi profesor de gimnasia en bachillerato, “el deporte
tiene memoria, Silvia”, pero yo lo engatusaba siempre con excusas varias para
saltarme saltar el potro o dar la vuelta al patio. Y vaya si tiene memoria,
memoria histórica desde luego. Si es
que no puedo evitarlo, yo me miro al
espejo y todavía me veo con mi uniforme
escolar, con el pelo lacio y el flequillo coqueto, mi carpeta forrada con fotos
de Eros, mis ganas de bajar del autocar que me llevaba al cole, semana tras
semana, año tras año. Recuerdo como pensaba entonces que mi vida transcurría
lenta en el asiento trasero del autobús escolar, pegado mi rostro a la ventana
si llovía, si nevaba, si hacía sol. Yo me sigo viendo con la nariz hundida en
los libros, tirada en los pasillos de la Universidad. Este dichoso espejo se confunde
de persona, esa no soy yo. No es posible que todo pase tan deprisa. Una
canción, el mar, mi ciudad qué lejos estás, una amor que vino a quedarse. Y un
regalo, que digo, dos. Yo pensando hace nada cuándo volvería a dormir una noche
entera, cuándo dejaría de hacer papillas y de oler a mustela. Y ahora me duermo
yo antes que ellas, que crecen, cómo crecen. Me dice hace un rato Pizpireta, mi
pequeña, toda enfurruñada que por qué se pasa tan rápido el tiempo, fíjate mami
que ya se ha acabado el domingo y eso no es justo, mami. Y no, no lo es. Claro
que no. Tiempo, párate un rato que me concentre en ese momento de rutina, de
felicidad absoluta que solo tu distancia me permite valorar. Yo quiero ser como
una polaroid y tener en mi retina (que hace tic tac) todos esos días de rutina,
de cansancio, de amor extenuado. Cuando quiera darme cuenta, son las hadas las
que suben al autocar. Ellas que sólo anhelan crecer y yo que quiero atraparte.
Espejito, espejito.
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