Hay días de esos en los que te acuestas con la sensación de las cosas bien hechas, con satisfacción. Te vas a la cama cansada pero serena. Has tenido un buen día. Pero hay veces que sucede lo contrario. Alguna cosita no ha salido como esperabas y, como buena fémina, eres capaz de no cerrar ojo porque no me digas que no nos cuesta a nosotras desdramatizar las cosas. Para tener un buen día no hace falta que te toque la lotería. Tan sencillo como hacer bien tu trabajo, llegar a tiempo a recoger a tus hijos, no tener tropiezos con el jefe o los colegas. Recibir un beso de tu pareja, o las sonrisas de tus hijos. Que se coman la cena que has preparado, o que los deberes salgan a la primera, que no se peleen entre hermanos, que has logrado reducir tu cesta de ropa para planchar o que has conseguido escaparte, ¡por fin¡ a la pelu. Cada cual tiene sus propias razones pero, por lo general, los buenos días nos pasan desapercibidos.
"Mamá, que sepas que hoy he tenido un día horrible" y mi pequeña Pitagorina se amodorró en el sofá mientras yo pensaba qué podía ser tan horrible en el día de una niña de ocho años. Tengo suerte, porque Pitagorina, si algo tiene, es que no calla ni dormida y aunque se resista no puede evitar contarnos qué ha pasado. Sí. Nuestros hijos también tienen esos días difíciles y ya desde bien chiquitos: se han peleado con su amiguito, una voz subida de tono del profesor, un problema mal resuelto en la pizarra, perder un partido de fútbol, tropezar y recibir las risas de los compis o que mamá te haya puesto un bocadillo enorme relleno de algo que no te gusta mientras su amigo debora uno riquísimo de nocilla. A saber, y mil cosas más.
Ilustración: Ellina Ellis |
No debemos infravalorar sus "problemas". Es más, debemos estar atentos y ser capaces de escuchar y ver mucho más allá. Lo fácil es que te digan lo que les pasa, que te lo cuenten tal cual y que puedas reconfortarlos y ayudarles a buscar una solución. Pero no siempre es así. Y aunque no hablen, te están llamando a gritos: un pipí que se escapa así de pronto y de forma reiterada, dejar de comer o no querer ir al cole o volverse de repente un boxeador y encontrarte con que recibes quejas de su profesor o de los padres de todos sus amigos. ¿Qué está pasando?. Debemos estar atentos y escuchar a nuestros hijos. Cuando mis hijas eran más pequeñas, yo solía agacharme para escucharlas atentamente y desde su misma altura. A veces, sin darnos cuentas, como van creciendo y se duchan y comen solos y se atan los zapatos y estudian geografía, nos olvidamos de que siguen siendo niños, nos olvidamos de ponernos a su altura.
Tan preocupados como estamos porque "sean" y "hagan": sean los mejores en el cole, en el campo de fútbol, sean los más listos y los más guapos, las más educadas; hagan los deberes, hagan la cama, recojan su plato, ordenen su habitación. Todo el día exigiendo a esos pequeños que crezcan rápido y de forma responsable. No te olvides de abrazarle, de sentarte a pintar con ellos, de leerles un cuento, de reirte con ellos, que "sientan" que son niños y que tú estás ahí pase lo que pase. Que por muy malo que haya sido su día, pueden encontrar tu regazo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario