Hola Paseantes, disculpad mi silencio por el túnel. He estado muy ocupada escribiendo un cuentecillo de Navidad para mis hijas. Pizpireta siempre me pregunta por qué su amiga Evita no cree en Santa Klaus, si es porque no lo conoce, porque no lo ha visto, o porque nadie le ha contado su historia. "¿Cuál es su historia, mami?". De ahí salió la idea de este cuento de Navidad que aquí os regalo para que disfrutéis contándolo a los más pequeños de la familia. Espero que os guste:
Ilustración Paola Senesi |
Klaus nació
hace no se sabe cuántos años en el frío pueblo de las hadas que reinan sobre el
invierno. Donde las casas eran de madera y las chimeneas echaban fuego día y noche, allí donde los elfos,
subidos a sus patines o montados en sus trineos, jugaban a recorrer los lagos
helados e inventaban las travesuras con las que luego amedrentaban a los niños
y niñas que vivían en los pueblos aledaños.
Klaus no
era un elfo. Era un niño. Hacía siete años que el Hada Nieves lo había
encontrado en la puerta de su cabaña y mucho había tenido que insistir y
suplicar al tribunal Supremo de las Hadas y al Consejo de los Elfos mayores
para poder adoptarlo. -Esta bien, le habían dicho, podrás hacerle de madre
hasta que cumpla diez años. Entonces tendrás que llevarlo a la ciudad donde
viven los niños y niñas que son como él.
El Hada
Nieves confeccionó para Klaus un calentito y mullido traje de terciopelo rojo
que tuvo que sujetarle con un buen cinturón negro a la cintura, porque Klaus
era muy, muy delgadito cuando era pequeño. Tenía ya entonces, eso sí, una larga
y preciosa melena muy rizada y blanca. No olvidéis que era el Hada Nieves
quién se la peinaba cada mañana. Lo que
más le gustaba hacer mientras su mamá salía a cubrirlo todo de blanco era
quedarse en casa tallando juguetes de madera. Los hacía de todas las formas y
tamaños. El muchacho tenía una gran habilidad y sus preferidos eran los
trenecitos que le salían muy bien, pero
también las muñecas le quedaban preciosas.
Se negaba a
salir con los elfos que sólo se divertían cuando bajaban a los pueblos cálidos
para asustar a los niños. Por mucho que las hadas les reprimían, no
conseguían esos pequeños duendecillos
verdes divertirse de otra manera. Un día a Klaus no le quedó más remedio que
acompañarles.
Tanta pena
le producía ver cómo se asustaban los pequeños que, a escondidas, les dejaba
uno de los juguetes de madera que había tallado. La sorpresa y entusiamo de los
niños era mayúscula y al instante se olvidaban de sus miedos. Eso le produjo
mucha alegría a Klaus que empezó a tallar más juguetes para dejárselos a los
niños. Se apuntaba con los elfos a bajar al pueblo todos los días pero los verdes duendes, enfadados porque ya no se
divertían asustando a los pequeños, empezaron a esconder todos los juguetes que
Klaus fabricaba.
Klaus no
sabía que hacer y decidió contar a su madre, el Hada Nieves, lo que estaba
sucediendo. Como todas las mamás, la suya también tuvo una genial idea para
ayudarle. Convocó al Tribunal Supremo de las Hadas. Les explicó: - ¿ y si los
duendes ayudaran a Klaus a fabricar
juguetes? Klaus puede enseñarles, les será muy divertido fabricarlos y seguro
que las risas y alegrías de los niños les serán más entretenidas que sus
temores y pesadillas.
La idea no
tuvo ni que discutirse y así fue como todos los elfos del reino del invierno
empezaron a fabricar juguetes. A Klaus le divertía mucho llevarlos a las casas
de los pequeños y que estos no le vieran y adivinaran quién era el que todos
los días les premiaba con un presente. Klaus escogía muy bien a quién dejaba
sus regalos, a los niños y niñas buenos que eran los más. La voz se corrió por
toda la comarca y eran muchos los chiquillos que esperaban su regalo sorpresa.
En el taller, los duendes, trabajaban cada vez más y hadas y duendes mayores no
tuvieron más remedio que echarles una mano. Ya no solo tallaban la madera,
fabricaban preciosos juguetes con telas, lanas y otros materiales como la goma.
Klaus no
iba solo a repartir juguetes, lo acompañaba siempre el que era sin duda su
mejor amigo: Rodolfo. Un precioso y joven reno de nariz roja y luminosa que
alumbraba el camino mientras arrastraba con fuerza el trineo en el que se
desplazaba Klaus. Pero, sucedió que muy pronto el trineo de Klaus se quedó pequeño,
no cabían más juguetes y Rodolfo cada día regresaba más agotado.
Aquella
iniciativa tan hermosa de Klaus empezaba a preocupar a su mamá el Hada Nieves.
De nuevo, volvió a solicitar audiencia en el Tribunal Supremo de las Hadas y el
consejo de los Elfos Mayores. _La verdad, le dijeron, estamos muy sorprendidos
con el revuelo que ha organizado el joven Klaus. Los duendes pequeños andan
ociosos fabricando juguetes y se divierten e ilusionan con la alegría de los
niños. _Sí, dijo el Hada Nieves, pero Klaus
y Rodolfo ya no pueden hacer el reparto solos. He venido a solicitaros la ayuda
de vuestros renos, ¿qué me decís?. Hadas y Elfos mayores se miraron y
asintieron, la mayor de ellas contestó: por supuesto Hada Nieves, dile a Klaus
que él mismo se sirva de coger los ocho que prefiera entre nuestro rebaño de renos. -Y una cosa
más, le anunciaron, por su bondad y buen hacer es nuestro deseo que Klaus
permanezca y viva con nosotros para siempre. La alegría de Hada Nieves fue
inmensa, su hijo se quedaría con ella para siempre.
Por cierto
que no os he contado que el joven Klaus crecía y se hacía fuerte cada día que
pasaba e incluso se estaba engordando pues los niños empezaron a dejarle dulces
y chocolates en agradecimiento por sus regalos.
Bien, Klaus
y Rodolfo acudieron al establo de renos de las hadas. Había miles de animales,
difícil tarea tenían por delante. Los había fuertes y grandes, de color plata,
oro, negros, marrones, rojizos y azulados. Klaus dejó que su corazón lo guiara
y se quedó no con los más fuertes sino con los de ojos más nobles y en los que
apreció alguna cualidad especial. Así fue como en su trineo se colaron Trueno y
Relámpago, los más veloces, Cupido, el más bondadoso de todos, enamorado de
Cabriola, la única hembra de la manada. Zorro, por astuto, Corredor por
incansable y Cometa y Bailarín por su chispa y alegría.
Todos los
días los duendecillos cargaban el Trineo que conducía Klaus y del que tiraban
con entusiasmo los Renos. Klaus aprovechaba que los niños estaban en el colegio
y los papás trabajando para colarse por las ventanas y dejar sus detalles.
Nunca se dejaba ver por no estropear la sorpresa. Pese a que se divertían mucho
descargando juguetes y llegando cada vez a lugares más lejanos, los Renos no se
recuperaban de sus carreras diarias pese a los mimos que les propinaba Klaus y
además no había tiempo suficiente para fabricar y envolver tantos regalos.
Así no
podían seguir. Otra vez fue el Hada
Nieves quién resolvió el problema. Se acordó que en vez de todos los días,
Klaus y los Renos salieran una sola vez al año, a poder ser de noche, para no
ser vistos. Se escogió la noche del 24 de diciembre. Y desde entonces Klaus y
sus Renos no han dejado de repartir regalos y de cosechar sonrisas. Me han
dicho que ahora Klaus está más viejito, que su barba ha crecido igual que su
barriga pero que mágicamente sigue teniendo una gran habilidad para colarse por
ventanas, puertas y hasta chimeneas.
Feliz
Navidad para todos pequeños.