viernes, 2 de marzo de 2012

Hacia la generación "única". Desmitificando al pequeño emperador


Ya están los sociólogos alertándonos de que la situación de crisis que atravesamos concluirá en una nueva generación: la generación “única”. Las estadísticas no dan lugar a dudas: de cada diez matrimonios, nueve no tiene el número de hijos que les gustaría. La decisión de tener descendencia se ve ahora fuertemente condicionada por el contexto socioeconómico que vivimos: escasas y muy tímidas políticas de ayuda y protección familiares, falta de reconocimiento económico y social del trabajo casero en favor del cuidado de los hijos y por supuesto una escala de valores donde la procreación queda desplazada a favor de otros objetivos tales como: primero me sitúo profesionalmente, después adquiero vivienda, coche y finalmente tengo hijos. Eso sin dejar de pensar que las españolas encabezamos el ranking de ser las más mayores a la hora de tener hijos, con una media de más de treinta años.
imagen: mujer 2.0

Puede que visto así el problema final es que seamos un país demográficamente viejo pero yo quisiera romper una flecha por los hijos únicos. Conste en acta que yo tengo dos y que recibiría con ilusión tener más pero sí que tengo numerosos amigos con un solo hijo por decisión propia.  Ser hijo único todavía está muy estigmatizado. Tienen fama de consentidos, mimados, maleducados, egoístas y un largo etcétera de inconvenientes negativos.  Cierto que son los pequeños reyes de la casa que se llevan lo mejor pero también se cargan del riesgo de la sobreprotección y de la responsabilidad, del proyectarse de los padres. Ser hijo único no es ni mejor ni peor que tener hermanos, es una situación diferente que los papis deben saber enfocar bien.

Los hijos únicos suelen ser altamente extrovertidos fuera de casa, quizá por esa necesidad de relacionarse, de ganar amigos.  Ilustres políticos y actores son hijos únicos. Suelen ser niños muy creativos, con mayores dotes de fantasía y juego para paliar esa ausencia de compañía. El psiquiatra José Miguel Gaona señala hoy en un artículo para ABC  cómo el papel de los padres  es fundamental  para ayudarlos a crecer sin caer en la indulgencia (tolerarlo y consentirlo todo), la culpabilidad o el colegueo, esto es, integrándoles en la pareja y haciéndolo partícipe de decisiones adultas. Mucha atención puede desencadenar un miedo excesivo a que le pase algo al niño, así como la alabanza en exceso y no en su justa medida.

Explica Gaona que los hijos únicos tienen una tendencia a ser “excesivamente sensibles o a sufrir ciertas dosis de hipocondría (enfermos imaginarios)”. Pero no es más cierto que esas situaciones son promovidas por padres innecesariamente angustiados.
Ante la falta de hermanos, resulta crucial el contacto con otros niños de su edad. Amigos, vecinos, que estén en definitiva con otros niños , en el parque, en actividades deportivas para compartir y socializarse. “Porque ser hijo único no es ni mejor ni peor”, advierte este ilustre doctor en Psicología.

Libros recomendados: “El hijo único”, de Carl E. Pickhardt (ED. Medidi)

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