viernes, 30 de noviembre de 2012

Un cuento de Navidad

Hola Paseantes, disculpad mi silencio por el túnel. He estado muy ocupada escribiendo un cuentecillo de Navidad para mis hijas. Pizpireta siempre me pregunta por qué su amiga Evita no cree en Santa Klaus, si es porque no lo conoce, porque no lo ha visto, o porque nadie le ha contado su historia. "¿Cuál es su historia, mami?". De ahí salió la idea de este cuento de Navidad que aquí os regalo para que disfrutéis contándolo a los más pequeños de la familia. Espero que os guste:

Ilustración Paola Senesi
Un cuento de Navidad

Klaus nació hace no se sabe cuántos años en el frío pueblo de las hadas que reinan sobre el invierno. Donde las casas eran de madera y las chimeneas echaban  fuego día y noche, allí donde los elfos, subidos a sus patines o montados en sus trineos, jugaban a recorrer los lagos helados e inventaban las travesuras con las que luego amedrentaban a los niños y niñas que vivían en los pueblos aledaños.
Klaus no era un elfo. Era un niño. Hacía siete años que el Hada Nieves lo había encontrado en la puerta de su cabaña y mucho había tenido que insistir y suplicar al tribunal Supremo de las Hadas y al Consejo de los Elfos mayores para poder adoptarlo. -Esta bien, le habían dicho, podrás hacerle de madre hasta que cumpla diez años. Entonces tendrás que llevarlo a la ciudad donde viven los niños y niñas que son como él.

El Hada Nieves confeccionó para Klaus un calentito y mullido traje de terciopelo rojo que tuvo que sujetarle con un buen cinturón negro a la cintura, porque Klaus era muy, muy delgadito cuando era pequeño. Tenía ya entonces, eso sí, una larga y preciosa melena muy rizada y blanca. No olvidéis que era el Hada Nieves quién  se la peinaba cada mañana. Lo que más le gustaba hacer mientras su mamá salía a cubrirlo todo de blanco era quedarse en casa tallando juguetes de madera. Los hacía de todas las formas y tamaños. El muchacho tenía una gran habilidad y sus preferidos eran los trenecitos que le  salían muy bien, pero también las muñecas le quedaban preciosas.

Se negaba a salir con los elfos que sólo se divertían cuando bajaban a los pueblos cálidos para asustar a los niños. Por mucho que las hadas les reprimían, no conseguían  esos pequeños duendecillos verdes divertirse de otra manera. Un día a Klaus no le quedó más remedio que acompañarles.
Tanta pena le producía ver cómo se asustaban los pequeños que, a escondidas, les dejaba uno de los juguetes de madera que había tallado. La sorpresa y entusiamo de los niños era mayúscula y al instante se olvidaban de sus miedos. Eso le produjo mucha alegría a Klaus que empezó a tallar más juguetes para dejárselos a los niños. Se apuntaba con los elfos a bajar al pueblo todos los días pero los  verdes duendes, enfadados porque ya no se divertían asustando a los pequeños, empezaron a esconder todos los juguetes que Klaus fabricaba.

Klaus no sabía que hacer y decidió contar a su madre, el Hada Nieves, lo que estaba sucediendo. Como todas las mamás, la suya también tuvo una genial idea para ayudarle. Convocó al Tribunal Supremo de las Hadas. Les explicó: - ¿ y si los duendes ayudaran a Klaus  a fabricar juguetes? Klaus puede enseñarles, les será muy divertido fabricarlos y seguro que las risas y alegrías de los niños les serán más entretenidas que sus temores y pesadillas.

La idea no tuvo ni que discutirse y así fue como todos los elfos del reino del invierno empezaron a fabricar juguetes. A Klaus le divertía mucho llevarlos a las casas de los pequeños y que estos no le vieran y adivinaran quién era el que todos los días les premiaba con un presente. Klaus escogía muy bien a quién dejaba sus regalos, a los niños y niñas buenos que eran los más. La voz se corrió por toda la comarca y eran muchos los chiquillos que esperaban su regalo sorpresa. En el taller, los duendes, trabajaban cada vez más y hadas y duendes mayores no tuvieron más remedio que echarles una mano. Ya no solo tallaban la madera, fabricaban preciosos juguetes con telas, lanas y otros materiales como la goma.

Klaus no iba solo a repartir juguetes, lo acompañaba siempre el que era sin duda su mejor amigo: Rodolfo. Un precioso y joven reno de nariz roja y luminosa que alumbraba el camino mientras arrastraba con fuerza el trineo en el que se desplazaba Klaus. Pero, sucedió que muy pronto el trineo de Klaus se quedó pequeño, no cabían más juguetes y Rodolfo cada día regresaba más agotado.
Aquella iniciativa tan hermosa de Klaus empezaba a preocupar a su mamá el Hada Nieves. De nuevo, volvió a solicitar audiencia en el Tribunal Supremo de las Hadas y el consejo de los Elfos Mayores. _La verdad, le dijeron, estamos muy sorprendidos con el revuelo que ha organizado el joven Klaus. Los duendes pequeños andan ociosos fabricando juguetes y se divierten e ilusionan con la alegría de los niños.  _Sí, dijo el Hada Nieves, pero Klaus y Rodolfo ya no pueden hacer el reparto solos. He venido a solicitaros la ayuda de vuestros renos, ¿qué me decís?. Hadas y Elfos mayores se miraron y asintieron, la mayor de ellas contestó: por supuesto Hada Nieves, dile a Klaus que él mismo se sirva de coger los ocho que prefiera  entre nuestro rebaño de renos. -Y una cosa más, le anunciaron, por su bondad y buen hacer es nuestro deseo que Klaus permanezca y viva con nosotros para siempre. La alegría de Hada Nieves fue inmensa, su hijo se quedaría con ella para siempre.

Por cierto que no os he contado que el joven Klaus crecía y se hacía fuerte cada día que pasaba e incluso se estaba engordando pues los niños empezaron a dejarle dulces y chocolates en agradecimiento por sus regalos.
Bien, Klaus y Rodolfo acudieron al establo de renos de las hadas. Había miles de animales, difícil tarea tenían por delante. Los había fuertes y grandes, de color plata, oro, negros, marrones, rojizos y azulados. Klaus dejó que su corazón lo guiara y se quedó no con los más fuertes sino con los de ojos más nobles y en los que apreció alguna cualidad especial. Así fue como en su trineo se colaron Trueno y Relámpago, los más veloces, Cupido, el más bondadoso de todos, enamorado de Cabriola, la única hembra de la manada. Zorro, por astuto, Corredor por incansable y Cometa y Bailarín por su chispa y alegría.

Todos los días los duendecillos cargaban el Trineo que conducía Klaus y del que tiraban con entusiasmo los Renos. Klaus aprovechaba que los niños estaban en el colegio y los papás trabajando para colarse por las ventanas y dejar sus detalles. Nunca se dejaba ver por no estropear la sorpresa. Pese a que se divertían mucho descargando juguetes y llegando cada vez a lugares más lejanos, los Renos no se recuperaban de sus carreras diarias pese a los mimos que les propinaba Klaus y además no había tiempo suficiente para fabricar y envolver tantos regalos.

Así no podían seguir.  Otra vez fue el Hada Nieves quién resolvió el problema. Se acordó que en vez de todos los días, Klaus y los Renos salieran una sola vez al año, a poder ser de noche, para no ser vistos. Se escogió la noche del 24 de diciembre. Y desde entonces Klaus y sus Renos no han dejado de repartir regalos y de cosechar sonrisas. Me han dicho que ahora Klaus está más viejito, que su barba ha crecido igual que su barriga pero que mágicamente sigue teniendo una gran habilidad para colarse por ventanas, puertas y hasta chimeneas.

Feliz Navidad para todos pequeños.






4 comentarios:

  1. Mª Ángeles Sánchez3 de diciembre de 2012, 0:20

    Muy bonito cuento, pero mucho más bonita tu lectura a Patricia y a mí nos encantó.

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    1. Gracias Mª Ángeles, fue un placer para mi. Un abrazo fuerte¡Silvia

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  2. sta noche se lo cuento a los míos.Un beso muy fuerte y que sigas manteniedo esa fantasía e imaginación para los niños

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  3. Gracias Begoña. Un abrazo enorme¡

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