martes, 17 de abril de 2012

"Paren el mundo que me quiero bajar"


Como Mafalda, yo quiero sentarme un día en la acera de casa , coger el mundo en mis brazos y pararlo por un momento. No me digas que a ti no te dan ganas de hacerlo. Pero, ¿qué nos pasa?. Vivimos en alta velocidad, nuestra vida se ha subido a un AVE cuyo destino desconozco. Fíjate que cada vez nos hablamos menos con nuestros vecinos, pero tenemos más amigos en Facebook. Lloramos por Steve Jobs y nos sentimos indiferentes ante millones de muertes que se producen cada día en nuestro planeta por causas impropias de nuestra era: hambruna, guerras, terrorismo, epidemias, guerrillas, vandalismo, machismo y un largo etc que los avances tecnológicos y sociales de la humanidad no han logrado paliar. Cuidamos con mimo a nuestros pequeños pero abandonamos a nuestros mayores, nos pesan, nos cargan, como si hubiéramos encontrado la formula mágica que nos deje a nosotros siempre jóvenes.

Mis disculpas por si hoy el túnel anda un poco turbulento y disgustado, debe ser el viento que ulula con fuerza en constante y vivaz pelea con una primavera que no acaba de llegar.

 Mi amiga María que no es María vive estos días en un imprevisto continuo, tiene el corazón que se le sale por la boca. Es una de esas mamis que yo llamo de las  GEO. Ayer me pidió un favor y yo sé que sí ella me lo pide es porque se le han acabado todos los recursos posibles e imaginables. Trabaja en la administración pública sin plaza fija pendiente de una renovación en pinzas por los tiempos que corren. Cuida a su madre y a su padre, los dos gravemente enfermos. Un día la llaman a las seis de la mañana, otro la sacan a las doce del trabajo. Los lleva al médico, les hace la compra, los mima.

Además, están sus pequeños, con sus deberes, sus actividades, sus progresos, sus rabietas, que le requieren todo ese tiempo que no tiene y que ella ensancha. Y entre tanto, me dice, tiene que cuidar su relación de pareja y hacer malabares para tener un cierto equilibrio en su casa. “Son mis padres”. Claro, María, son tus padres. Admiro profundamente a mi amiga. Generosa y entregada, cargada de unos valores ancestrales en desuso, que está cuidando de su familia como muy pocos hacen hoy. Y cuando yo creo que ya no puede más, ella me sorprende y sale a correr. Es una gran corredora. Campo a través, suda y llora, a veces grita, se desahoga, está agotada. Luego llega a casa, prepara cenas y acuesta a sus hijos para salir a casa de sus padres y, de nuevo, dar cenas y acostarlos. Me das una lección todos los días. Muchas gracias María.

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