jueves, 1 de mayo de 2014

Luce un cerezo orgulloso en mi jardín


Cuando  mis hadas tenían apenas dos y tres años, plantaron con su papá un cerezo en el jardín. Si cierro los ojos las veo aquel día. Iban a plantar un árbol  y escogieron del vivero el más pequeñito. Lo plantaron con mimo, se llenaron de tierra e incluso se sentaron a ver si aquella mañana estiraba su tronco. Yo entonces pensé que no sobreviviría a las primeras heladas del invierno. Pero lo hizo, vaya si lo hace. Luce un cerezo orgulloso en mi jardín, que va creciendo con mis hijas.  Como los rosales, la lavanda, la madreselva, la hiedra, el olivo y las plantas de temporada que les acompañan.  El jardín de mi casa está hermoso, como mis hijas. Pero cuánto trabajo detrás. Ni un solo día hay que dejar de regarlo, hay que podar, abonar, fumigar, quitar la mala hierba y rastrillar. Y todavía y eso, a veces el sol intenso quema la hierba o la lluvia troncha las flores, a veces las heladas hieren de muerte mis plantas o las plagas las afean.

Ni un solo día puedo descuidarlo. Para que esté hermoso. Como mis hadas.

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